domingo, 4 de febrero de 2018

Cambiando la perspectiva

Para conocer algo a fondo, necesitas poner toda tu atención en ello. Poner toda la atención en ello quiere decir amarlo. (Nageswara Rao)
 
Con la llegada de febrero inicio otro de mis propósitos de este año: observar mi punto de vista sobre las cosas y abrirme a una nueva mirada, más presente, más silente y más amorososa. Aquietar la mente, escuchar el alma, conectar con la naturaleza y conmigo misma.

Uno de los aspectos (ya os hablé otro día de las excursiones conscientes) en que lo estoy aplicando es en mis paseos junto al mar, que suelen ser dos o tres a la semana y en distintas horas. 

Lo primero que he notado es cómo el entorno está pasando de ser escenario a protagonista. Es increible la cantidad de estímulos sensoriales que percibo cuando desconecto de la conversación interior y reconecto con lo que me rodea. Sobre todo percibo (y disfruto!) múltiples detalles visuales y auditivos pero además se activan gusto, tacto y olfato.

Día a día fijo más mi atención en detalles que hasta ahora no valoraba como la fuerza de las olas al romper en el paseo, la intensidad salina de la brisa, la paleta de tonos y nubes que ofrece el cielo ese día, los colores del agua según la hora del día o la fauna costera. Ayer pasé unos minutos observando a un ave que estaba pescando a la orilla del mar, hoy he disfrutado de un encuentro de pajarillos en el muelle. Pero también voy fijando la mirada en la gente que me cruzo -personas que pasean, corren,  patinan o van en bici, pescan o están sentadas al sol- y observo por unos segundos sus gestos, su actitud, su presencia...

A medida que camino, empiezo a observar cómo varía mi percepción de lo que me rodea, cómo se calma el alma, cómo va conectandose con el mar y se alegra al percibir detalles de la naturaleza o de los paseantes. Hay un punto en el paseo en el que el corazón se alborota, con la alegría propia de los reencuentros aunque esta vez no es por ver a alguien sino por la visión del mar abierto, bravo, inabarcable. Otros rincones en cambio me relajan y raro ds el día en que no me detenga, aunque sea un minuto, a contemplar esa inmensa belleza.

En cambio, cuando corro es la mente la que cambia: se focaliza en el presente, en el cuerpo, en la respiración, en buscar el límite. No hay espacio para nada más en mi interior. 

Al inicio y al final del recorrido realizo dos meditaciones cortas centradas precisamente en la percepción de los estímulos sensoriales que me rodean: el mar, el niño, la pareja que conversa, el viento... los observo llegar y alejarse, sin aferrarme, sin juzgarlos, como quien observa el movimiento de la ola al romper en la orilla. Son más de los que creía inicialmente y seguramente son más de los que llego a percibir. Poco a poco me abro a esa observación y encuentro paz en ella...

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