miércoles, 28 de abril de 2010

Acontecimientos inesperados

Hay días mágicos, sorprendentes, en los que la Vida parece querer mostrarte algo, y el sábado creo que fue uno de ellos. A lo largo de la mañana se fueron sucediendo momentos y acontecimientos que pueden parecer cotidianos e irrelevantes pero que en esta casa eran absolutamente inesperados, y mágicamente coincidentes, que nos abrieron los ojos a una evidencia, sencilla pero esencial: el jardín se encuentra en plena primavera e irradia vitalidad.

Para empezar, al desayunar descubrí una mariposa en la ventana de la cocina. Lo sorprendente es que estaba en la cara interior del cristal, y allí se quedó tan tranquilamente durante todo el día. El día era luminoso y cálido, se respiraba en el ambiente ese aroma de fin de semana que invita a disfrutar de la casa, así que mientras se preparaba una crema de calabaza para el almuerzo, decidimos dedicarle un rato al huerto.

Dídac y yo estuvimos recogiendo las habas, tantas que llenamos completamente la cesta de paja. A continuación pasamos un rato bajo el limonero grande recogiendo limones para hacer mermelada y limonada. Al hacerlo comentamos que era una suerte tener nuestro propio huerto, sobre todo cuando recoges tanto sin apenas esfuerzo pues francamente, con lo que ha llovido este invierno, las habas y los limoneros se han criado solos.

Como hacía unos tres días que había preparado el semillero, quise comprobar si los planteles iban saliendo a buen ritmo o no. Efectivamente no recibían suficiente sol, así que dedicamos un rato a moverlos y después a regarlos, y nuestra conversación derivó hacia las expectativas e ilusiones depositadas en las semillas sembradas días antes, si finalmente podremos tener todos los planteles que necesitamos, y fueron surgiendo mil preguntas ("y cuantos tomates darán, y de qué tipo, y qué haremos con ellos, y esto otro que es, y esto porqué no ha salido todavía, y porqué has sembrado col lombarda...")

Acto seguido fuimos regando con calma, uno a uno, todos los árboles - por ahora diecinueve-, observando cuáles ya están sacando frutos y cuales todavía están en floración. Hace un par de semanas, Hugo y yo quitamos la malas hierbas al huerto, pasamos el motocultor e hicimos los alcorques a los árboles, para que el agua del riego les beneficie completamente, y la verdad es que ha funcionado porque llevan un mes excelente, sacando más hojas y flores que otros años. La higuera sigue creciendo a buen ritmo, el granado está espléndido, y los frutales parece que darán una buena cosecha (cerezas, manzanas, albaricoques) y por primera vez tendremos nísperos, un montón de ellos. El manzano está mucho más cargado de flores que el año pasado, confio en poder hacer compota.

Mientras regábamos los frutales descubrimos un nido en el ciruelo, con un huevo verde azulado en su interior (días después, ya tiene cuatro huevos, y parece que son de mirlo - Turdus merula). Es la primera vez que descubrimos un nido en el jardín de casa así que supuso una pequeña algarabía. Tras la pausa continuamos regando el jardín, en concreto la zona donde he plantado recientemente fresas y rúcula, y entonces oímos un leve quejido: en lo alto del tejadillo que hay junto a la mimosa, había un pequeño gatito negro maullando suavemente. Miguel, el más valiente y paciente del grupo, estuvo ganándose su confianza y finalmente la consiguió bajar. Descubrimos que era una gatita, calculamos que tiene unas dos semanas de vida porque ya tenía algunos dientes, bastante pelo y los ojos plenamente abiertos -pedazo de ojazos azules, por cierto-. La pusimos en un cesto, sobre un cojín, y empezamos a alimentarla, dándole un poco de leche con ayuda de una jeringa y de una cucharita. Fuimos testigos de los que posiblemente eran sus primeros pasos o casi, pues en el tejadillo no le debía resultar fácil moverse con las ramas de la mimosa, se notaba porque andaba bastante desgarbada y le fallaban las patas traseras. ¿Nos la quedamos, nos la quedamos? Pues claro, si ella quería, era indudable que entraba a formar parte de la familia. Tras un arduo debate, llegamos a un consenso sobre el nombre que tendrá: Pelusa.

Mientras estábamos absortos y felices con nuestra nueva compañera, descubrimos con sorpresa que algo se movía entre las plantas del huerto. Al acercarnos vimos a este erizo sobre una de las bovadillas. Ya un par de veces habíamos visto erizos en el jardín, de hecho nos enterábamos porque nuestro perro Rexi se ( ponía a ladrar de una manera desesperada, porque al descubrirlo y acercarse a husmear, se pinchaba, entonces el erizo se hacía una bola y era lo único que habíamos conseguido ver, nunca habíamos visto (en casa) el erizo tranquilo como pudimos disfrutarlo el sábado pasado.

En resumen, el balance de la mañana no podría ser más positivo. En un par de horas en el jardín disfrutamos recogiendo una cosecha abundante de habas y limones; descubriendo una mariposa, un nido de mirlo, una gatita y un erizo; confirmando que los planteles van creciendo a buen ritmo y los frutales nos darán una buena cosecha. Quizás todo ello sea coincidencia, o tal vez es que aquel día estábamos más receptivos a observar lo que estaba sucediendo en el entorno, pero prefiero pensar que siempre que -como el sábado- le damos un poco de nuestro tiempo y cuidados, el huerto y el jardín nos devuelven alegrías y satisfacciones, nos ofrecen su belleza natural, nos recuerdan el ritmo de las estaciones, y nos desvelan la fuerza y sabiduría de la naturaleza. Todo parece indicar que el diálogo con la tierra continua...