El verano pasado pasamos un día en Portocolom y entre otras cosas visitamos a Francisco y Petra, amigos de la familia, quienes se empeñaron en enseñarnos su terreno. Descubrimos un huerto maravilloso, lleno de hortalizas y frutales. Nos regalaron un bote de tomate envasado, algunas verduras que saboreamos a la parrilla, y esta gran calabaza.
Estuvimos sopesando qué cocinar con ella -puré, un pastel, un pan- porque no es un producto que utilicemos habitualmente. Incluso hablé sobre ello en mi otro blog. Abrumados entre tantas posibilidades, optamos por dejarla intacta, por dejarla secar y usarla como elemento decorativo.
En realidad, la calabaza se convirtió en un recuerdo de la visita al terreno del señor Francisco y un revulsivo para tener nuestro propio huerto. Si él lo supiera...